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ASIGNATURA PENDIENTE

Por Beto Abe Camil

El actual territorio morelense fue un punto determinante en el proceso de evangelización y mestizaje de la Nueva España. Comenzando por los esfuerzos llevados a cabo por Hernán Cortés y su esposa la marquesa Doña Juana Zúñiga de Ramírez Arellano en la circunscripción geográfica del Marquesado del Valle de Oaxaca y particularmente con la construcción de la soberbia parroquia y convento de la Asunción de María hoy sede de la Diócesis de Cuernavaca, de ahí se suceden infinidad de hechos que afianzaron dicha evangelización que a todas luces fue benéfica para la constitución de la nación mexicana. Hechos como la conversión y bautismo del Tlatoani Tepozteco, la presencia de Fray Juan de Zumárraga en Ocuituco, sitio donde recibió la Bula Papal que lo designó primer Arzobispo Primado de la Nueva España, y también la labor de Fray Antonio de Roa en Totolapan. Hoy como mudo pero imponente testigo de aquella proeza se yerguen a lo largo y ancho de nuestra territorio templos, conventos y haciendas, el cordón de conventos en las faldas de los volcanes es incluso hoy, patrimonio de la humanidad por la UNESCO.

Es una realidad que en Morelos, la Iglesia Católica al evangelizar abono y robusteció la civilización que nació tras la caída de México-Tenochtitlan, pero curiosamente esos esfuerzos no se limitaron a las primeras décadas tras la conquista, sino que se perpetuaron y particularmente se intensificaron en el cambio del convulso siglo XIX al también agitado siglo XX. En 1898, Monseñor Francisco Plancarte y Navarrete Obispo de Campeche, fue designado por el Papa, segundo obispo de Cuernavaca, ahí comenzó no solo una fructífera trayectoria social y espiritual para Morelos, sino también una intensa labor cultural que marcó la memoria histórica de la entidad. Monseñor Plancarte quien con justicia es llamado el “Obispo Arqueólogo” nació en Zamora, Michoacán el 21 de octubre de 1865, en aquellas jornadas en que su tierra natal fue escenario de recios combates entre franceses e imperialistas contra republicanos, provino de una familia con honda tradición eclesiástica, fue sobrino del afamado prelado Antonio Plancarte y Labastida. Estudió en Roma en el Colegio Pio Latino Americano, se ordenó sacerdote, viajó por Europa y Tierra Santa, fue un erudito en Filosofía, Teología y por supuesto Historia además de ser poliglota pues hablaba lenguas antiguas y modernas: latín, griego, hebreo, francés, inglés y por supuesto italiano.

A su regreso a México, fue catedrático en colegios y seminarios y en 1892 siendo cura de Tacubaya fue invitado a Madrid a los festejos del IV Centenario del descubrimiento de América donde llevó su colección arqueológica siendo distinguido como Caballero de la Orden de Isabel La Católica. Poco después fue nombrado Obispo de Campeche y posteriormente de Cuernavaca. En Morelos desplegó como ya se mencionó una importante labor pastoral, estableció el Seminario y fundó el Colegio Santa Inés. Pero también se dedicó a la arqueología explorando la zona arqueológica de Chimalacatlán, Tlayacapan e innumerables parajes morelenses, en la casa del obispado hoy Museo Brady, adaptó un observatorio astronómico y con su colección arqueológica un museo, el primero en la historia de Morelos. Aquí también escribió su obra monumental “Tamoanchan, el Estado de Morelos y el principio de la civilización en México” este trabajo se unió a “Apuntes para la Geografía del Estado de Morelos” y a diversas publicaciones más. En 1911 fue promovido a Arzobispo de Monterrey pero el fragor de la lucha revolucionaria lo obligo a exiliarse en Cuba y Estados Unidos. Al volver a México en 1919 fue miembro fundador de la Academia Mexicana de Historia con el sillón número 2, murió al año siguiente el 2 de julio de 1920.

En el 2018, tras una labor muy complicada y un esfuerzo de casi 30 años, se inauguró el Museo de Arte Sacro de Cuernavaca, en un espacio habilitado detrás de la Capilla Abierta de la Sede Diocesana. Es un proyecto de gran envergadura que no solo preserva y exhibe el soberbio acervo histórico, artístico y cultural de la Catedral de Cuernavaca sino que representó un reto de primer orden en cuanto a su arquitectura y guion museográfico. El museo abierto al público está bajo la administración y responsabilidad de la Diócesis de Cuernavaca, desafortunadamente no se le ha dado la promoción y proyección que merece como un museo pequeño, pero como una de las joyas de arte sacro en nuestro país. Pero la asignatura pendiente no solo entraña en promoverlo y difundirlo, sino también en rendir homenaje al Obispo Arqueólogo quien tanto hizo no solo por la memoria histórica de Morelos, sino por el tesoro artístico de su Catedral, al final del día hay que reconocer a quien inició los museos en la entidad, elemental justicia sería imponer su nombre al Museo de Arte Sacro. Se le ha propuesto de manera verbal lo anterior al actual Obispo Don Ramón Castro y Castro, pero se ha mostrado reacio, en una opinión personal, da la impresión de que la figura de su ilustre antecesor le es o incomoda o irrelevante. Sin embargo, más allá de filias o fobias, lo que debe prevalecer en los morelenses es el recuerdo, la gratitud y el reconocimiento a nuestro Obispo Arqueólogo, hombre fundamental en la memoria histórica de Tamoanchan.